jueves, 30 de mayo de 2013

CHICAS....

Paso rapidito...para dejar el link de una nueva Ficc de mi amiga Jinny para que la sigan...se las recomiendo.. se le nota muy buena... se me cuidan

http://tomandbillthedarkside.blogspot.com/

Las Quiero..
Si puedo hoy en la tarde subo otro capi..
Bye =)

martes, 28 de mayo de 2013

"CAPITULO 4"




Cuando se abrió la puerta del ascensor, se vio en un pasillo silencioso. Siguiendo las flechas, llegó a la maternidad. Las enfermeras lo mira­ron, pero ninguna le preguntó si necesitaba ayu­da. Encontró el camino él solo, lo que ponía de relevancia una vez más que aquello que había dicho George de los senderos equivocados no iba con él.

Tom Kaulitz no se podía permitir el lujo de equivocarse.

La puerta de la última habitación estaba abierta. La estancia estaba en silencio y _____, dormida. Tom se paró sin saber qué hacer. Se quedó mirándola, ató los globos a la cama y puso las rosas que le había llevado en un florero.

No sabía muy bien qué hacía allí. Le parecía que estaba andando por un alambre. Seguramen­te, a _____ no le haría ninguna gracia verlo allí, pero deseó que se despertara.

Sintió que entraba alguien más y se giró. Era una enfermera.

— Está profundamente dormida —susurró—. ¿Es usted familiar o amigo? ¿Es usted el padre? —Tom se dio cuenta de que no sabía nada sobre el padre de la hija de _____.

—Supongo que se puede decir que soy un amigo —contestó.

_____ abrió los ojos y Tom sonrió.

—¡Juez Kaulitz!

Tom dejó de sonreír. La primera vez que al­guien se había dirigido a él así, se había sentido el hombre más feliz del mundo, pero aquella no­che, le decepcionó.

—¡Usted es el hombre que ayudó a traer a la niña al mundo! —exclamó la enfermera ponién­dole el termómetro a _____ y tomándole la ten­sión—. Luego vengo a levantarla para que ande un poco. Me parece que Joanne le iba a traer a la niña.

Como si la hubiera oído, apareció otra enfer­mera.

— ¡Me han dicho que se ha echado una buena siesta! La niña también ha estado durmiendo, pero creo que quiere ver a su mamá.

Todos miraron a la niña mientras la enferme­ra la tomaba en brazos y se la daba a _____. La habían bañado y llevaba la camisita más peque­ña que Tom había visto en su vida.

—Alisha, ¿te acuerdas del juez Kaulitz?

—Llámenos si necesita algo —dijo una de las enfermeras. Y las dos se fueron.

—Tom—le dijo él acercándose lentamente—. Después de lo de esta tarde, llamarme juez me parece un poco raro, ¿no?               

_____ se encogió de hombros, asintió y se volvió a encoger de hombros. Menos mal que la enfermera no le había tomado el pulso porque, cuando había abierto los ojos y lo había visto allí, se le había disparado. Tenía el estómago como si estuviera en una montaña rusa.

—¿Pasa algo?

_____ negó con la cabeza. Tom le dio el ju­guete que había comprado para la niña. _____ lo agarró y él no lo soltó. Durante unos instantes, se miraron a los ojos. _____ recordó lo que había hecho por ella. La había visto en los peores mo­mentos de su vida. Ningún hombre en su sano juicio, se sentiría atraído por ella viéndola así. Eso quería decir que era solo ella la que se sentía atraída por él. No era posible. Si acababa de dar a luz.

—¿Le duele algo?

Físicamente, no. ¡Emocionalmente, no se lo podía ni imaginar! Negó con la cabeza. Sentía por él gratitud y respeto. Bueno, incluso cariño.

Ay, madre. Aquello no estaba bien. Sentir ca­riño por aquel juez no podía traerle nada más que complicaciones.

_____ se dijo que no podía permitirse más ilusiones en su vida. Tenía que pensar en su hija. Su preciosa niña era lo único importante. Así  había sido desde que le habían dicho que estaba embarazada. El hecho de que Alisha hubiera sido concebida unas horas antes del divorcio, ponía de relieve que _____ se solía equivocar en cuestiones del corazón. Cuando Frankie le pidió que sellaran el divorcio con un beso, no le había parecido mal. Su todavía marido besaba estupendamente. Por desgracia, eso no solo lo sabía ella sino muchas más mujeres. Lo había querido mucho, pero él le había hecho mucho daño. Ahora tenía a Alisha y no podía dejar lle­varse por su loco corazón.

¿Y qué iba a hacer con sus sentimientos? El juez Kaulitz no era hombre para ella. Demasiado serio. Miró a su hija y la emoción la hizo poner­se a llorar.

—¿Quiere que llame a la enfermera?

Había sido un día especial. _____ miró al juez. Era alto y fuerte y de rasgos cincelados en una cara dura y morena. No sabía mucho de su vida privada, pero aquel día había sido su héroe. Probablemente, no era más que eso. Agradecimiento.

_____ suspiró aliviada.

—No, gracias.

—¿Quiere que me vaya?

 _____ negó con la cabeza.

—Quédese, si quiere.

Tom no sabía por qué quería quedarse, pero se quedó. Se sentó en la silla que había junto a la  cama y se quedó mirando al bebé. Nunca le habían interesado demasiado los niños, pero a aquella muñeca no podía dejar de mirarla.     

—¿Le ha puesto Alisha?                 

—Llevaba meses pensando nombres. William, si era niño; Gloria, si era niña. Sin embar­go, después de que los médicos la miraran y me dijeran que todo estaba bien, decidí ponerle Alisha Simone. Como su madre, Simone. Alisha Simone.

—Alisha Simone —repitió Grey—. Le va bien.

_____  asintió.

—Alisha Simone, por su madre. Una mujer que cría a seis hijos, uno de los cuales tiene el nervio sufi­ciente como para ayudar en un parto, se merece algún honor especial.

Tom acarició la mano de la niña y el bebé le agarró un dedo con fuerza.

—¿Ha visto las noticias?

Tom asintió.

—No pensé en la prensa. Quiero decir, que no pensé que les fuera a parecer interesante nuestra historia.

Él, tampoco.

—Hizo bien en no querer hablar con ellos.

Tom la miró. No llevaba maquillaje, le habían cepillado el pelo y estaba para besarla. Apartó la mirada y se levantó.

—A mí me pillaron por sorpresa.

—Lo hizo muy bien.

_____ sonrió.

—Soy abogado y usted, juez. Hay gente que podría querer ver más de lo que hay en lo que ha hecho usted por nosotras hoy.

Tom sintió que se le erizaba el vello de la nuca.

—Podrían pensar que intentaré utilizarlo para conseguir un tratamiento especial por su parte -continuó _____—. Le aseguro que no lo haré.

—Claro que no.

—Si algún día necesita un riñón, llámeme — bromeó _____—. No se preocupe. En el trabajo, le seguiré tratando igual —concluyó tendiéndole la mano.

Tom la aceptó y la estrechó a cámara lenta. _____ sintió que se le abría el corazón y algo muy parecido a atracción sexual. Aquello no era agradecimiento, desde luego. Ay, madre. Aque­llo tenía todos los visos de convertirse en una gran complicación.

Solo si ella lo permitía. Apartó la mano.

—Gracias.

—Ambos hicimos lo que debíamos —contes­tó Tom.

—No, me refería a las flores, los globos y el juguete de Alisha.

Silencio. _______ vio que Tom estaba como de­cepcionado, pero, al menos, había puesto distan­cia entre ellos.

    —Nos veremos en los tribunales, señoría.

—Tom —le recordó él.

—Pero creía que habíamos dicho que...

—Prefiero lo que ha dicho esta tarde. Hemos compartido demasiado como para andarnos aho­ra con tanto formalismo. Y más fuera de los tri­bunales.

—Eso no es lo que he dicho.

—Entonces, ¿qué ha dicho?

_____ tragó saliva. Sabía perfectamente a lo que se refería, pero no lo iba a repetir.

Tom tuvo la osadía de sonreír.

Tenía una sonrisa bonita, masculina y arreba­tadora. ________ no pudo evitar sonreír también.

—___________, los dos sabemos que no soy médico.

Mientras él iba hacia la puerta, __________ lo miró con la boca abierta y el corazón a mil por hora.

—Llámeme si necesita cualquier cosa.

—A eso me refería... No crea que... Quiero decir que sería mejor que... No voy a necesitar nada. Nos vemos en los tribunales.

__________ vio que se iba decepcionado.

—No debería haberle dicho eso —susurró _________ a su hija—, pero, ¿qué podía hacer?
La niña se puso a llorar. __________ se la acercó al pecho y, al momento, los lloros cesaron. Con su hija era fácil, solo tenía que hacer lo que le salía naturalmente. Con Tom Kaulitz, no podía hacer lo mismo.



Chicas.... aquí con un nuevo capi .. espero les guste.. y deséenme suerte .. ya que tengo prueba y no he podido estudiar...  =( ... pero no las quería dejar sin capi..

Las Quiero
Bye =)

viernes, 24 de mayo de 2013

"CAPITULO 3"



Pasó junto al coche de _____ y se dirigió al suyo Debía irse. Todo había terminado. Se subió al coche y encendió el motor. No sa­bía muy bien dónde ir. Tal vez, fuera la adrenali­na, pero no quería irse a casa. Decidió ir a ver a su primo Bram Kaulitz, que era el sheriff. Aparte de primos, eran grandes amigos.

Al pasar por la comisaría, pasó de largo. Deci­dió ir a ver a sus padres. Últimamente discutían mucho. Siempre que iba a verlos, la conversación acababa con su padre diciéndole «Tom, dile a tu madre que...» y su madre contestando «Tom, dile a tu padre que me hable directamente. Hasta que no lo haga, no pienso hacer caso de sus sugeren­cias...»

No, no le apetecía verlos. ¿ Entonces ?Pasó junto al polideportivo Coyote. De pronto, vio una cara de pelo cano y ojos inteligentes. Dio la vuelta y se dirigió al sureste, al rancho de su bi­sabuelo en el Lago Waurika.

 

Para ver a George Trumper había que encon­trarlo primero. Exactamente lo que Tom necesita­ba para quitarse de la cabeza a _____ Madison y a la criatura que había tenido entre sus manos.

Entró en su propiedad, que llevaba siendo de la familia desde principios del siglo XX, cuando el gobierno se había dado cuenta de que debía dar una tierra que labrar a cada comanche. Cien­to sesenta acres no era mucho, pero su bisabuelo tampoco necesitaba mucho para vivir. Tenía ga­llinas, un par de ovejas y unos cuantos caballos y perros viejos y leales.

Los elegantes zapatos con los que iba a traba­jar no eran, precisamente, lo mejor para meterse por los barrizales. Se empapó los pies y pensó que acababa de tirar doscientos dólares a la ba­sura. Al final, encontró a su bisabuelo en el lu­gar donde vio por última vez al coyote que George tenía por su espíritu guardián.

Tom tenía sangre comanche y sentía curiosi­dad por las creencias y las costumbres del pue­blo comanche, pero nunca había recibido la visi­ta de ningún espíritu guardián. Eso no quería decir que no creyera que George sí lo viera. De hecho, todo lo que su bisabuelo decía que el co­yote le contaba, ocurría.

Cuando estaban llegando a la casa, George se paró en seco y levantó una mano. Tom se paró y no dijo nada.

—El coyote me espera. Allí.

Tom miró y solo vio unos arbustos que se movían.

George escuchó atentamente.

—El lobo gris no quiere ver la verdad — anunció por fin.

George se quedó mirando a su bisnieto tanto tiempo que a Tom se le erizó el pelo de la nuca. Miró a su alrededor, pero no vio nada. No veía a ningún lobo. No sabía de qué estaba hablando George. Era imposible que se refiriera a él por­que Tom Kaulitz había entregado su vida en pos de la verdad.

—un sendero equivocado llevará al lobo al camino adecuado.

No, no hablaba de él. Él nunca se equivocaba.

—Vamos, he hecho sopa —le dio George.

Entraron en la casa en silencio y Tom se qui­tó los zapatos y los calcetines en la cocina. En lugar de preguntarle por qué no llevaba camisa, su bisabuelo le prestó una suya. Tom se la puso y se tomó un plato de sopa de verduras.

Tom siempre había visto a su bisabuelo an­ciano y joven a la vez. Había enterrado a tres mujeres, pero, sin duda, el dolor más grande de su vida había sido la muerte de su hija, la abuela de Tom. No hablaron del tema. Ambos sabían que solo el tiempo podría curar aquella herida.

Cuando comenzó a anochecer. Tom anunció que debía irse.

—Si no tienes ninguna cita, lobo solitario, quédate.

¿Una cita? Tom se rió por primera vez en ho­ras.

George encendió el televisor en blanco y ne­gro y puso las noticias. En aquel momento, a Tom se le quitaron las ganas de reírse. En la pantalla estaba _____, bellísima. La estaban en­trevistando en el hospital.

—Parece ser que el juez Tom Kaulitz la ayu­dó —estaba diciendo una periodista rubia. _____ sonrió y asintió.

—¿Y qué hacían los dos solos en el edificio? —preguntó la reportera sonriendo también.

—Bueno, yo estaba allí porque me dejé las llaves del coche dentro del coche —confesó _____—. No sé qué haría él. Supongo que traba­jar. El hecho es que fue una suerte que estuviera allí. Todo fue muy rápido. Una suerte. Así, el dolor no duró mucho. ¿Tiene usted hijos?

—Eh, no...

—Entonces, olvide lo del dolor —exclamó _____—. ¡Merece la pena! Ya lo verá. Ahora ten­go una niña preciosa.

—Volviendo al juez Kaulitz...

—¿Qué pasa con él?

—¿Cómo se portó en el parto?

—No me acuerdo muy bien. Estaba ocupada.

—¿Tomó a la niña en brazos?

_____ asintió.

—Sí, pero no mucho tiempo porque los médi­cos llegaron enseguida. Dicen que mi hija está perfectamente, que es lo importante. ¿Le he di­cho que pesa dos kilos y medio?

—Sí. ¿Ha vuelto a ver al juez Kaulitz desde el parto?

—No —contestó _____—. ¿Y usted?

—Eh, no... El juez Kaulitz está ilocalizable. ¿Cree qué la próxima vez que tenga que vérselas con él en nombre de su cliente tendrá cierto trato de favor hacia usted?

; —No, el juez Kaulitz es un hombre muy justo y prudente. Probablemente, ya se habrá olvidado de todo ésto. La que no lo va a olvidar nunca es mi madre. Ella y mi padre llegarán mañana des­de Chicago.

La niña empezó a llorar poniendo punto final a la entrevista. George apagó el televisor y se hizo el silencio. Miró a Tom.

—Si me hubieras preguntado qué había he­cho con la camisa, te lo habría dicho. George se levantó.

—Un sendero equivocado llevará al lobo al camino adecuado.

Tom sintió que se le volvía a erizar el vello de la nuca. De eso, nada. Él nunca tomaba sen­deros equivocados. Había aprendido a no hacer­lo.

Era un hombre, no un lobo. Condujo en cal­ma de vuelta a Los Angeles. No dejaba de pen­sar en _____ y en su hija, pero se dijo que ya lo conseguiría.

Al llegar a casa, se dio un ducha caliente. En vaqueros, bajó a la cocina, donde Portia, la asis­tenta, le había dejado preparada carne asada para cenar. Aquello de ayudar a traer al mundo un niño le había abierto el apetito, así que se hizo un gran emparedado. Lo puso en una bandeja y se fue a su mesa para mirar unas leyes nuevas.

Se sorprendió a sí mismo mirando a la nada. recordando lo bien que _____ había contestado a la periodista. Se preguntó qué tal estarían ella y la niña. Se dio cuenta de que aquella noche no iba a poder estudiar, así que, tras tomarse el emparedado, se vistió y salió al coche.

 
Chicas.. espero que les este gustando la ficc.. y si no es asi me avisan =) ... ya que no puedo estar subiendo todos los días... pero hoy antes de irme a estudiar alcance a subirles algo.. jajaj
Las Quiero
Bye =)

miércoles, 22 de mayo de 2013

"CAPITULO 2"




Tom puso el piloto automático. Como no tenía sábanas ni toallas, se quitó la camisa y la ca­miseta interior. _____ siguió respirando y gi­miendo. De repente, asomó una cabecita y, poco después, un hombro. Tom le dijo que lo estaba haciendo muy bien. No sabía de dónde sacaba tantas fuerzas. Aquello debía de ser durísimo...

_____ empujó por última vez y Tom se vio con una niña pequeñita entre las manos.

—La tengo.

—¿La?

—Es un niña —contestó Tom con un nudo en la garganta.

La limpió lo mejor que pudo con la camiseta y la pequeña se puso a llorar.

—¿Qué pasa? —preguntó _____.

—Nada, que no le gusta que la laven.

Tom la envolvió con la camisa y se la puso con cuidado entre los brazos. La niña dejó de llorar.

Y empezó _____.

No había derramado una sola lágrima durante toda la odisea, pero ahora le caían enormes la­grimones por las mejillas.

—Qué bonita es.

—Además de bonita, es perfecta —le dijo Tom.

—Tengo que llamar a mi madre.

Y así lo hizo. Por suerte, su móvil ya funcio­naba. Cuando colgó con su madre. Tom llamó a una ambulancia.

   —Soy el juez Tom Kaulitz. Estoy en mi des­pacho, en la segunda planta de los juzgados, con _____ Madison, que acaba de dar a luz. Manden inmediatamente una ambulancia y a un médico. Ahora mismo. Sí, espero. Como me cuelgue, nos vemos en los tribunales, se lo advierto.

Al sentir que lo estaba mirando, se giró hacia ella.

—Aun sin camisa, es usted formidable —le dijo con una gran sonrisa que le llegó a Tom al alma y estuvo a punto de hacer que se le cayera el teléfono—. ¿Mereció la pena?

Tom creyó que se refería a haberla ayudado a dar a luz.

—Me refiero a haber subido al tejado.

Tom sintió un nudo en la garganta.

—Todavía recuerdo las vistas.

—Estaba segura —dijo ella besando a su hija—. ¿Por qué será que para conseguir aquello que realmente merece la pena hay que arriesgar­se en esta vida?

Tom y _____ se miraron y algo pasó entre ellos. _____ se echó hacia atrás y cerró los ojos.

Tom deseó tener una manta para taparlas.

—Sí —dijo hablando por teléfono—. Sí, sí, le oigo.

Contestó unas cuantas preguntas y colgó.

—Ya vienen —dijo mirando a _____. Madre e hija se habían quedado dormidas.
 
________________________________________________________
    —¿JUEZ?
Tom miró al médico que estaba en la puerta.
—¿Sí?
—Tiene que apartarse para que podamos me­ter la camilla en la ambulancia.
Tom obedeció.
Había parado la tormenta de granizo y estaba saliendo el sol, aunque hacía bastante frío. Los médicos no habían tardado mucho en llegar. Nada más llegar, habían cortado el cordón umbi­lical y habían explorado a _____ y a su hija. Como no había nada mal, podían trasladarlas. Las envolvieron en mantas y las pusieron sobre la camilla para meterlas en la ambulancia.
En la calle no había casi nadie y en el aparca­miento, solo el coche de _____ y el suyo.
—Debería ir con usted —le dijo por enésima vez.
—Ya ha hecho suficiente. No sé cómo se lo voy a pagar.
¿Pagar?
—Perdone.
Tom se volvió a apartar. ¿Qué quería decir _____? Ella lo había hecho todo. Si él no había hecho nada más que acompañar. Ahora, sobraba.
Eso no le impidió seguir a su lado hasta verla subida en la ambulancia, sana y salva. En breve, se la llevarían. Y, entonces, ¿qué? Y, entonces, nada. Se acabó su responsabilidad y se acabó la historia.
Cerraron una puerta.
Tom se metió las manos en los bolsillos por­que no sabía qué hacer con ellas. Estaba como clavado al suelo.
— ¡Un momento! —exclamó _____. Menos mal. Tom se acercó sonriente.
—¿Sí?
—Gracias con todo mi corazón —le dijo en un hilo de voz.
Tom sintió una fuerte emoción y no pudo ha­blar, así que se limitó a asentir.
—Ya nos hacemos cargo nosotros, señoría.
 Tom se apartó una última vez y el médico ce­rró la otra puerta. La ambulancia se alejó dejándolo solo en el aparcamiento, confundido y muriéndose de frío.
CHICAS... aqui un nuevo capi.. sorry por no haber subido antes... pero tuve que estudiar para las pruebas que tuve la semana pasada.. y las que tengo estas semanas ¬¬  ademas de trabajar... pero aqui esta el nuevo capi.. espero que les guste... se me cuidan..
Las Quiero
Bye =)
 
 

martes, 14 de mayo de 2013

"CAPITULO 1"


_____ Madison se puso a buscar las llaves del coche en el aparcamiento de los juzgados. Buscó por todo el bolso. Apareció un recibo que hacía tiempo que buscaba y varias anotaciones del caso en el que estaba trabajando, pero no las llaves.

Estaban a finales de marzo en Los Angeles, California, había llovido y helado y las aceras estaban cubiertas de una capa de hielo que hacía muy peligroso andar por ellas, sobre todo para una mujer embarazada de ocho meses.

_____ oyó un pitido y un chirrido de ruedas sobre el asfalto también helado. Más pitidos e, inevitablemente, un choque. La gente no sabía conducir cuando llovía o nevaba. En Chicago, de donde era ella, la gente no se dejaba achantar por la nieve y las temperaturas bajo cero. Se abrigaban y seguían haciendo su vida normal, no como allí, que cerraban los colegios cuando amenazaba tormenta.

A pesar de eso, le gustaba Los Angeles, sus entornos y su gente. Lo que más le gustaba, de hecho, era la gente. Se tocó la tripa y sonrió.

—Tres semanas, cariño, y podrás ver lo sor­prendente e interesante que es el mundo.

Sacó el teléfono y llamó a la policía para dar cuenta del accidente, en el que ya estaban impli­cados cuatro coches más. Comunicaba. Debía de estar llamando toda la ciudad para informar so­bre todo tipo de incidentes.

¿Y dónde estarían sus llaves?

Se tapó bien la cabeza con la capucha y si­guió buscándolas. De repente y por casualidad, las vio puestas en el contacto. Intentó abrir la puerta aunque sabía que era inútil. Cerrada.

Aquello no terminó con su buen humor. Le apetecía saltar, bailar y cantar. Estaba pictórica, como si pudiera correr la maratón y pintar la co­cina, todo seguido.

Volvió a entrar en los juzgados para ver si estaba Albert Redhawk, el encantador bedel que solía abrir las puertas de los coches con una horquilla. Ya le había pasado más de una vez siete meses atrás, antes de irse de la ciudad.

El edificio estaba vacío. Los electricistas y los pintores que lo estaban arreglando tras el incen­dio que había sufrido en su ausencia no esta­ban. Todas las puertas que intentó abrir estaban cerradas.

Albert no estaba por ninguna parte. Le iba a tocar ir andando a casa, que estaba a un par de kilómetros de allí. Decidió ir primero al baño.

Al doblar una esquina, se dio de bruces con­tra Tom Kaulitz, el juez más joven del Condado Comanche.

—Tranquila —dijo él agarrándola para que no se cayera.

_____ dio un paso atrás sin sonreír.

—Creí que no había nadie más en el edificio.

—Pues no. Estamos Albert, usted y yo.

Como de costumbre, la expresión implacable de aquel hombre era para ponerse de los nervios.

—¿Sabe dónde está Albert?

—En el cuarto de calderas, supongo. ¿Por qué?

A _____ le pareció ver un brillo de disgusto en aquellos ojos marrones.

—No, por nada.

El juez la miró muy serio. _____ se controló para no suspirar. Tenía Veinticinco años y sus rasgos faciales evidenciaban su descendencia in­dígena. Las mujeres se volvían locas por él. A _____ no le caía bien, pero, como trabajaba para un bufete de abogados, lo veía continuamente.

   —Disculpe, pero tengo que... eh... —dijo pasando a su lado y metiéndose en el baño.

Tom Kaulitz  suspiró por la nariz. Su hermana le solía decir que, cuando lo hacía, parecía un búfalo.

Dio unos cuantos pasos hacia el ascensor, se paró y se dio la vuelta. Miró por la ventana y vio siete coches estrellados, la calle bloqueada y la salida del aparcamiento taponada. Como no pa­recía que fuese a poder irse ya, decidió acompa­ñar a _____ Madison hasta su coche.

Sabía que no se lo iba a agradecer.

No le caía bien.

A él no le importaba. Cuando se enteró de que volvía a Los Angeles no le había hecho mu­cha gracia. Había algo en aquella mujer que lo enervaba. Se la había encontrado unas cuantas veces por los pasillos en aquellas semanas. Tres veces, para ser exactos. Había sido educada, eso   no lo podía negar, pero nada más. La verdad era que se le iban los ojos detrás de ella sin que se diera cuenta. En realidad, se alegraba de _____ mantuviera las distancias con él.

No era su tipo. Gracias a Dios. No era que no le gustara su pelo ondulado y castaño y sus ojos verdes, aunque lo que sí estaba claro era que de­bería estar prohibido tener unos labios tan carno­sos y apetecibles. Le habían dicho que se acaba­ba de divorciar. Lo que era evidente era que estaba más que embarazada. Por si eso no fuera suficiente, siempre creía en la inocencia de las personas que defendía. A Tom no le gustaban las mujeres ingenuas y no se podía permitir el lujo de que le interesara una con pasado turbio. A pesar de los tiempos que corrían, tener algo con una mujer divorciada y embarazada no le vendría nada bien a un juez que pretendía llegar al Supremo de California.

No sabía por qué no le caía bien a _____, pero el hecho era que no le caía bien. Eso no signifi­caba que pudiera dejarla sola en mitad de una tormenta de nieve.

Deseó poderse quitar la corbata y desabro­charse el primer botón de la camisa. Miró el re­loj y esperó. Hacía cada vez más viento. El edi­ficio estaba en silencio.

Volvió a mirar el reloj.

Se puso a recorrer el pasillo. Volvió a mirar la hora. Habían pasado quince minutos. ¿Qué esta­ría haciendo?

Con el ejemplo de su madre y de su hermana pequeña, sabía que una mujer podía tardar una eternidad en salir del baño porque siempre había cremas y maquillajes que ponerse. Escuchó a ver si oía algo.

Nada.

Aquello le olía mal. Llamó a la puerta con fuerza.

Nada.

Volvió a intentarlo sin resultado.

—¿_____?

 Nada.

—¡_____! —gritó.

—Sí...

Por fin. Sin embargo, le contestó en un hilo de voz.

  —¿Está bien?

—No... Me parece que no.

Tom abrió la puerta lo justo para asomar la nariz. Al verla en el suelo con la cara colorada, entró corriendo.

—¿Qué le pasa?

—El niño. Creo que va a nacer.

—¡Cree que va a nacer! ¿Ahora? ¿Aquí? — exclamó él nervioso.

_____ intentó ponerse de lado para levantar­se.

—No se mueva.

_____ respiró con dificultad.

—Me dolía un poco la espalda, las lumbares, y de repente me he doblado por la mitad del do­lor y he roto aguas. Tengo contracciones todo el rato, cada veinte o treinta segundos. Según lo que me han explicado en las clases de prepara­ción al parto, eso quiere decir que estoy a punto de dar a luz. Se supone que el primer parto tarda horas, incluso días. Días —le explicó mojándose los labios.

—Así que se ha caído al suelo del dolor y va a dar a luz. ¿Por qué no me ha llamado?

_____ tenía los ojos cerrados y le costaba respirar.

—Porque... no sabía... que estaba... seguía ahí.

Tomó aire y se relajó un poco.

—¿Por qué estaba ahí?

—Buena pregunta —contestó él alegrándose, sin embargo, de haberse quedado. Al ver el mó­vil de _____ en el suelo, lo agarró—. ¿Por qué no ha llamado a una ambulancia?

—Lo he intentado, ¿sabe? ¿Por qué es usted tan desagradable?

No era desagradable, solo serio. Bueno, tal vez, un poco desagradable. Marcó el número. Ocupado.

—Maldita sea.

—Si no le importa, no diga palabras malso­nantes delante de mi hijo —le pidió consiguien­do sentarse contra la pared.

Tom se dio cuenta de que le había costado un enorme esfuerzo. Aquello debía de doler. Se es­taba poniendo cada vez más pálida y él no sabía qué demonios hacer.

Se puso en pie y comenzó a pasearse por el baño mientras _____ jadeaba. Se mordió la len­gua para no decir más palabrotas. Era juez del Condado Comanche y no debía hacerlo.

¿Qué iba a hacer?

Se miró en el espejo. Sus ojos oscuros se en­tornaron. De repente, sintió una sensación de  calma. Comenzó en sus párpados, le bajó por la garganta y se extendió por todo su cuerpo.

—¿Puede andar? —le preguntó.

_____ tragó con dificultad y asintió. Intentó levantarse, pero no pudo y gimió de dolor.

Tom se lavó y se secó las manos. Se arrodilló junto a ella.

—La voy a levantar. Dígame si la hago daño.

—Si me ayuda a levantarme... a lo mejor puedo andar.

Sí, pero no era fácil. Para empezar, no sabía de dónde agarrarla. No había mucho sitio libre entre sus pechos y la tripa. Terminó pasándole el brazo por la espalda. _____ se agarró a su otro brazo. Con fuerza. Era una mujer fuerte y lo de­mostró poniéndose en pie. Se apoyó en los lava­bos.

—Bueno, vamos allá —resopló dando un paso con dificultad.

Sin pensárselo dos veces. Tom la tomó en brazos y se tambaleó un momento. Además de alta, estaba embarazada.

La miró y vio que sonreía débilmente. _____ se agarró a su cuello y él redistribuyó el peso.

—¿Está seguro de que puede conmigo?

—Usted abra la puerta.

—Sí, señoría —contestó _____ obedeciendo. Tom agarró la puerta con el pie y salieron al pasillo.

—¿Dónde vamos?

Al ver la puerta del ascensor abierta, lo supo.

—Hay un sofá en mi despacho.

Si no le hubiera dado otra contracción, seguro que habría protestado, pero tuvo que limitarse a cerrar los ojos y aguantar el dolor, que le tensó el cuerpo entero.

Así llegaron a su despacho.

Aquello no iba a ser fácil. Tom no tenía ni idea de medicina. Hacía años que no se enfriaba y lo único parecido que había hecho en su vida había sido ayudar a su primo Bram a traer al mundo a un potro.

Con sumo cuidado, depositó a _____ en el sofá. Volvió a intentar llamar a una ambulancia, pero no dejaba de comunicar. Entonces, llamó a su madre. El contestador. Estaba llamando a su hermana, cuando se quedó sin línea y no tuvo más remedio que colgar.

—¿Qué pasa?

—No hay línea. Debe de ser por la tormenta.

—Mi móvil tampoco funciona. Mi hijo va a nacer aquí, ¿verdad? —preguntó nerviosa.

—Eso me temo —contestó él—. Hay sitios peores —añadió pensando que también los había mejores. Un hospital, una clínica, la luna.

_____ respiró seguido varias veces.

—El profesor me ha mentido. Las respiracio­nes no ayudan nada —comentó echándose hacia atrás en el sofá y examinando la situación. Iba a parir. Sentía al niño. Qué dolor. No podía hablar con el hospital ni con su médico, pero, al menos, estaba en un lugar seco y caliente. Y no estaba sola.

Se puso una mano en la tripa.

—Échese y descanse —le aconsejó Tom po­niéndole una almohada bajo la cabeza.

—Hábleme —susurró con los ojos cerrados. Al ver que él no decía nada, supuso que no sabía qué decir—. ¿Quién ha decorado este despacho?

—Mi hermana, mi madre y mi abuela. ¿Se nota?

_____ sonrió.

—La almohada que le he puesto la hizo mi abuela antes de morir. Hizo una igual para mi hermana, mi hermano y mis primos.

_____ sintió que le estaba quitando las horqui­llas del pelo.

—¿Qué le parece si le quito las botas?

_____ no contestó y él le desabrochó el calza­do y se lo quitó. No sabía si darle las gracias o decirle que estaba muerta de miedo. Se tocó la tripa.

—Puedo hacerlo —dijo. Lo repitió seis ve­ces—. Antes, las mujeres tenían a sus hijos en casa.

—Sí.

—Bien.

Dobló las piernas y gritó de dolor.

—Se va a tener que quitar algo de ropa, _____.

Ella lo miró perpleja y se tragó el pánico.

—¿Le importa darse la vuelta?

Él la miró unos segundos antes de obedecer.

—No es el momento de tener vergüenzas — dijo Tom.

—Sí, pero se supone que las únicas personas que te ven en esta situación son los médicos y tu pareja.

Tom oyó movimientos.

—¿Cómo se llamaba su abuela?

—¿Qué abuela? —repitió él sin comprender.

—La que cosió una almohada como esta a to­dos sus nietos.

Tom se giró y vio que _____ no se había qui­tado el vestido, solo la ropa interior, y se había tapado con el abrigo.

—Gloria Trumper Colton. Su marido, mi abuelo, murió antes de que nacieran sus geme­los, que eran mi padre, Jorg, y su hermano, mi tío Trevor, que murió hace tiempo. Mi abuela se encargó de criar a mis cinco primos y de ayudar­nos también a nosotros.

_____ le agarró la mano con fuerza. Tom no sabía qué hacer. En las películas, siempre al­guien hervía agua. Mojó unos pañuelos de papel en el lavabo y se los pasó por la cara.

—¿Le han preparado en las clases para lo que va a suceder? —le preguntó.

—Más o menos —contestó _____ con los ojos cerrados respirando de forma pausada—. Si me hubiera visto, diciendo que iba a tener un parto natural, sin epidural ni nada.

—Al menos, sigue teniendo sentido del hu­mor. Eso es bueno.

—No pare de hablarme —le pidió _____ tras otra contracción—. Aunque parezca que no le oigo, por favor.

—No soy muy hablador.

—Ah.

—Bueno, es que en casa éramos muchos y no era fácil hacerse oír.

—Yo tengo una hermana mayor y tampoco en casa era fácil hacerse oír. ¿Cuántos hermanos tiene?

Tom le describió a sus dos hermanos, a su hermana, a su hermano y a sus cinco primos. Sé dijo que no se había enterado ni de la mitad, pero no importa­ba. Se sentó en una silla junto al sofá. Su despa­cho era interior, así que no había ventanas, solo luz artificial.

Le habló de su infancia, cuando todo era más fácil, de sus aventuras con, Jesse, Sky y Willow. _____ respiraba tranquila.

—Nos subimos por una escalera de mano a lo alto del establo. Allí había una ventana y se po­día salir al tejado. Todos sabíamos que lo tenía­mos prohibido. Eso era parte del encanto de ha­cerlo. La otra mitad era la vista que había desde allí. Nos quedamos sentados, disfrutando de nuestra aventura. Oímos a la abuela, que nos llamaba a comer y fuimos bajando. Como yo era el mayor, bajé el último. Olía a sopa casera y pan recién hecho.

—¿Qué sopa era? :

Le estaba escuchando.

—De carne y verduras. Mi madre le estaba dando vueltas en el fuego cuando llegamos. Mi abuela, que se había encargado de mis primos tras la muerte de sus padres, los miró de uno en uno.

«Willow, ¿quieres tus azotes ahora o después de comer», —le preguntó echándose atrás el pelo gris.

—Nos quedamos todos helados. ¿Cómo lo sabía? Mi abuela, que era una mujer muy sabía, se giró hacia mi madre y le preguntó si también nos iba a dar azotes a nosotros.

—Como para que se le quiten a uno las ganas de comer, ¿eh? —comentó _____. Tom negó con la cabeza.

—Mi madre dijo que prefería esperar a que volviera mi padre. Ninguno comimos mucho.

—¿Les pegó su padre al llegar?

—Mi madre no se lo contó, yo creo que nunca. Nuestro castigo fueron las seis horas de espera.

_____ se quedó en silencio y aguantó otra contracción de casi dos minutos. Tenía la cara empapada en sudor.

—¿Cree que sirve de algo dar azotes a los ni­ños? —le preguntó cuando pudo hablar.

     —Normalmente, no.

— ¿Pero? — susurró ella.

—Pero, si se suben a un tejado herrumbroso que está a una altura considerable del suelo, des­de la que si se caen se matan, entonces, sí, creo que puede ser un buen castigo. No estoy hablan­do de pegarles en la cara ni de darles una paliza, solo de unos azotes en el trasero. Mi madre no nos pegó, pero nos amenazó con hacerlo y fue efectivo.

_____ se quedó pensativa. La madre de Tom parecía una mujer inteligente. Aquello de «ya verás cuando llegue tu padre a casa» debía de haber funcionado porque tampoco lo debía de haber utilizado demasiado. Su hijo no iba a tener padre. Todo iba a ser para ella. Prefería no pen­sarlo en aquellos momentos.

—Siga. Cuénteme más cosas de su familia.

 Tom Kaulitz, que nunca había sido un gran ha­blador, le contó que habían vivido en muchos si­tios porque su padre era militar. Le contó que su bisabuelo, George Trumper, estaba protegido por el espíritu de un coyote. Mientras, _____ res­piraba, jadeaba, gemía y le apretaba las manos con tal fuerza que en un par de ocasiones Tom creyó que le iba a romper algo. _____ no gritó ni una sola vez, no se iba a poner él a hacerlo.

Pronto, las contracciones fueron seguidas y el cuerpo de _____ actuó como guiado por un cono­cimiento natural.


Chicas... como no les puedo subir todos los dias... aproveche de hacerles algo largo... espero les guste el primer capi ^^ ... asi van conociendo mejor a Tom...
Me dicen si les gusta o no...
Las quiero
Bye =)