martes, 14 de mayo de 2013

"CAPITULO 1"


_____ Madison se puso a buscar las llaves del coche en el aparcamiento de los juzgados. Buscó por todo el bolso. Apareció un recibo que hacía tiempo que buscaba y varias anotaciones del caso en el que estaba trabajando, pero no las llaves.

Estaban a finales de marzo en Los Angeles, California, había llovido y helado y las aceras estaban cubiertas de una capa de hielo que hacía muy peligroso andar por ellas, sobre todo para una mujer embarazada de ocho meses.

_____ oyó un pitido y un chirrido de ruedas sobre el asfalto también helado. Más pitidos e, inevitablemente, un choque. La gente no sabía conducir cuando llovía o nevaba. En Chicago, de donde era ella, la gente no se dejaba achantar por la nieve y las temperaturas bajo cero. Se abrigaban y seguían haciendo su vida normal, no como allí, que cerraban los colegios cuando amenazaba tormenta.

A pesar de eso, le gustaba Los Angeles, sus entornos y su gente. Lo que más le gustaba, de hecho, era la gente. Se tocó la tripa y sonrió.

—Tres semanas, cariño, y podrás ver lo sor­prendente e interesante que es el mundo.

Sacó el teléfono y llamó a la policía para dar cuenta del accidente, en el que ya estaban impli­cados cuatro coches más. Comunicaba. Debía de estar llamando toda la ciudad para informar so­bre todo tipo de incidentes.

¿Y dónde estarían sus llaves?

Se tapó bien la cabeza con la capucha y si­guió buscándolas. De repente y por casualidad, las vio puestas en el contacto. Intentó abrir la puerta aunque sabía que era inútil. Cerrada.

Aquello no terminó con su buen humor. Le apetecía saltar, bailar y cantar. Estaba pictórica, como si pudiera correr la maratón y pintar la co­cina, todo seguido.

Volvió a entrar en los juzgados para ver si estaba Albert Redhawk, el encantador bedel que solía abrir las puertas de los coches con una horquilla. Ya le había pasado más de una vez siete meses atrás, antes de irse de la ciudad.

El edificio estaba vacío. Los electricistas y los pintores que lo estaban arreglando tras el incen­dio que había sufrido en su ausencia no esta­ban. Todas las puertas que intentó abrir estaban cerradas.

Albert no estaba por ninguna parte. Le iba a tocar ir andando a casa, que estaba a un par de kilómetros de allí. Decidió ir primero al baño.

Al doblar una esquina, se dio de bruces con­tra Tom Kaulitz, el juez más joven del Condado Comanche.

—Tranquila —dijo él agarrándola para que no se cayera.

_____ dio un paso atrás sin sonreír.

—Creí que no había nadie más en el edificio.

—Pues no. Estamos Albert, usted y yo.

Como de costumbre, la expresión implacable de aquel hombre era para ponerse de los nervios.

—¿Sabe dónde está Albert?

—En el cuarto de calderas, supongo. ¿Por qué?

A _____ le pareció ver un brillo de disgusto en aquellos ojos marrones.

—No, por nada.

El juez la miró muy serio. _____ se controló para no suspirar. Tenía Veinticinco años y sus rasgos faciales evidenciaban su descendencia in­dígena. Las mujeres se volvían locas por él. A _____ no le caía bien, pero, como trabajaba para un bufete de abogados, lo veía continuamente.

   —Disculpe, pero tengo que... eh... —dijo pasando a su lado y metiéndose en el baño.

Tom Kaulitz  suspiró por la nariz. Su hermana le solía decir que, cuando lo hacía, parecía un búfalo.

Dio unos cuantos pasos hacia el ascensor, se paró y se dio la vuelta. Miró por la ventana y vio siete coches estrellados, la calle bloqueada y la salida del aparcamiento taponada. Como no pa­recía que fuese a poder irse ya, decidió acompa­ñar a _____ Madison hasta su coche.

Sabía que no se lo iba a agradecer.

No le caía bien.

A él no le importaba. Cuando se enteró de que volvía a Los Angeles no le había hecho mu­cha gracia. Había algo en aquella mujer que lo enervaba. Se la había encontrado unas cuantas veces por los pasillos en aquellas semanas. Tres veces, para ser exactos. Había sido educada, eso   no lo podía negar, pero nada más. La verdad era que se le iban los ojos detrás de ella sin que se diera cuenta. En realidad, se alegraba de _____ mantuviera las distancias con él.

No era su tipo. Gracias a Dios. No era que no le gustara su pelo ondulado y castaño y sus ojos verdes, aunque lo que sí estaba claro era que de­bería estar prohibido tener unos labios tan carno­sos y apetecibles. Le habían dicho que se acaba­ba de divorciar. Lo que era evidente era que estaba más que embarazada. Por si eso no fuera suficiente, siempre creía en la inocencia de las personas que defendía. A Tom no le gustaban las mujeres ingenuas y no se podía permitir el lujo de que le interesara una con pasado turbio. A pesar de los tiempos que corrían, tener algo con una mujer divorciada y embarazada no le vendría nada bien a un juez que pretendía llegar al Supremo de California.

No sabía por qué no le caía bien a _____, pero el hecho era que no le caía bien. Eso no signifi­caba que pudiera dejarla sola en mitad de una tormenta de nieve.

Deseó poderse quitar la corbata y desabro­charse el primer botón de la camisa. Miró el re­loj y esperó. Hacía cada vez más viento. El edi­ficio estaba en silencio.

Volvió a mirar el reloj.

Se puso a recorrer el pasillo. Volvió a mirar la hora. Habían pasado quince minutos. ¿Qué esta­ría haciendo?

Con el ejemplo de su madre y de su hermana pequeña, sabía que una mujer podía tardar una eternidad en salir del baño porque siempre había cremas y maquillajes que ponerse. Escuchó a ver si oía algo.

Nada.

Aquello le olía mal. Llamó a la puerta con fuerza.

Nada.

Volvió a intentarlo sin resultado.

—¿_____?

 Nada.

—¡_____! —gritó.

—Sí...

Por fin. Sin embargo, le contestó en un hilo de voz.

  —¿Está bien?

—No... Me parece que no.

Tom abrió la puerta lo justo para asomar la nariz. Al verla en el suelo con la cara colorada, entró corriendo.

—¿Qué le pasa?

—El niño. Creo que va a nacer.

—¡Cree que va a nacer! ¿Ahora? ¿Aquí? — exclamó él nervioso.

_____ intentó ponerse de lado para levantar­se.

—No se mueva.

_____ respiró con dificultad.

—Me dolía un poco la espalda, las lumbares, y de repente me he doblado por la mitad del do­lor y he roto aguas. Tengo contracciones todo el rato, cada veinte o treinta segundos. Según lo que me han explicado en las clases de prepara­ción al parto, eso quiere decir que estoy a punto de dar a luz. Se supone que el primer parto tarda horas, incluso días. Días —le explicó mojándose los labios.

—Así que se ha caído al suelo del dolor y va a dar a luz. ¿Por qué no me ha llamado?

_____ tenía los ojos cerrados y le costaba respirar.

—Porque... no sabía... que estaba... seguía ahí.

Tomó aire y se relajó un poco.

—¿Por qué estaba ahí?

—Buena pregunta —contestó él alegrándose, sin embargo, de haberse quedado. Al ver el mó­vil de _____ en el suelo, lo agarró—. ¿Por qué no ha llamado a una ambulancia?

—Lo he intentado, ¿sabe? ¿Por qué es usted tan desagradable?

No era desagradable, solo serio. Bueno, tal vez, un poco desagradable. Marcó el número. Ocupado.

—Maldita sea.

—Si no le importa, no diga palabras malso­nantes delante de mi hijo —le pidió consiguien­do sentarse contra la pared.

Tom se dio cuenta de que le había costado un enorme esfuerzo. Aquello debía de doler. Se es­taba poniendo cada vez más pálida y él no sabía qué demonios hacer.

Se puso en pie y comenzó a pasearse por el baño mientras _____ jadeaba. Se mordió la len­gua para no decir más palabrotas. Era juez del Condado Comanche y no debía hacerlo.

¿Qué iba a hacer?

Se miró en el espejo. Sus ojos oscuros se en­tornaron. De repente, sintió una sensación de  calma. Comenzó en sus párpados, le bajó por la garganta y se extendió por todo su cuerpo.

—¿Puede andar? —le preguntó.

_____ tragó con dificultad y asintió. Intentó levantarse, pero no pudo y gimió de dolor.

Tom se lavó y se secó las manos. Se arrodilló junto a ella.

—La voy a levantar. Dígame si la hago daño.

—Si me ayuda a levantarme... a lo mejor puedo andar.

Sí, pero no era fácil. Para empezar, no sabía de dónde agarrarla. No había mucho sitio libre entre sus pechos y la tripa. Terminó pasándole el brazo por la espalda. _____ se agarró a su otro brazo. Con fuerza. Era una mujer fuerte y lo de­mostró poniéndose en pie. Se apoyó en los lava­bos.

—Bueno, vamos allá —resopló dando un paso con dificultad.

Sin pensárselo dos veces. Tom la tomó en brazos y se tambaleó un momento. Además de alta, estaba embarazada.

La miró y vio que sonreía débilmente. _____ se agarró a su cuello y él redistribuyó el peso.

—¿Está seguro de que puede conmigo?

—Usted abra la puerta.

—Sí, señoría —contestó _____ obedeciendo. Tom agarró la puerta con el pie y salieron al pasillo.

—¿Dónde vamos?

Al ver la puerta del ascensor abierta, lo supo.

—Hay un sofá en mi despacho.

Si no le hubiera dado otra contracción, seguro que habría protestado, pero tuvo que limitarse a cerrar los ojos y aguantar el dolor, que le tensó el cuerpo entero.

Así llegaron a su despacho.

Aquello no iba a ser fácil. Tom no tenía ni idea de medicina. Hacía años que no se enfriaba y lo único parecido que había hecho en su vida había sido ayudar a su primo Bram a traer al mundo a un potro.

Con sumo cuidado, depositó a _____ en el sofá. Volvió a intentar llamar a una ambulancia, pero no dejaba de comunicar. Entonces, llamó a su madre. El contestador. Estaba llamando a su hermana, cuando se quedó sin línea y no tuvo más remedio que colgar.

—¿Qué pasa?

—No hay línea. Debe de ser por la tormenta.

—Mi móvil tampoco funciona. Mi hijo va a nacer aquí, ¿verdad? —preguntó nerviosa.

—Eso me temo —contestó él—. Hay sitios peores —añadió pensando que también los había mejores. Un hospital, una clínica, la luna.

_____ respiró seguido varias veces.

—El profesor me ha mentido. Las respiracio­nes no ayudan nada —comentó echándose hacia atrás en el sofá y examinando la situación. Iba a parir. Sentía al niño. Qué dolor. No podía hablar con el hospital ni con su médico, pero, al menos, estaba en un lugar seco y caliente. Y no estaba sola.

Se puso una mano en la tripa.

—Échese y descanse —le aconsejó Tom po­niéndole una almohada bajo la cabeza.

—Hábleme —susurró con los ojos cerrados. Al ver que él no decía nada, supuso que no sabía qué decir—. ¿Quién ha decorado este despacho?

—Mi hermana, mi madre y mi abuela. ¿Se nota?

_____ sonrió.

—La almohada que le he puesto la hizo mi abuela antes de morir. Hizo una igual para mi hermana, mi hermano y mis primos.

_____ sintió que le estaba quitando las horqui­llas del pelo.

—¿Qué le parece si le quito las botas?

_____ no contestó y él le desabrochó el calza­do y se lo quitó. No sabía si darle las gracias o decirle que estaba muerta de miedo. Se tocó la tripa.

—Puedo hacerlo —dijo. Lo repitió seis ve­ces—. Antes, las mujeres tenían a sus hijos en casa.

—Sí.

—Bien.

Dobló las piernas y gritó de dolor.

—Se va a tener que quitar algo de ropa, _____.

Ella lo miró perpleja y se tragó el pánico.

—¿Le importa darse la vuelta?

Él la miró unos segundos antes de obedecer.

—No es el momento de tener vergüenzas — dijo Tom.

—Sí, pero se supone que las únicas personas que te ven en esta situación son los médicos y tu pareja.

Tom oyó movimientos.

—¿Cómo se llamaba su abuela?

—¿Qué abuela? —repitió él sin comprender.

—La que cosió una almohada como esta a to­dos sus nietos.

Tom se giró y vio que _____ no se había qui­tado el vestido, solo la ropa interior, y se había tapado con el abrigo.

—Gloria Trumper Colton. Su marido, mi abuelo, murió antes de que nacieran sus geme­los, que eran mi padre, Jorg, y su hermano, mi tío Trevor, que murió hace tiempo. Mi abuela se encargó de criar a mis cinco primos y de ayudar­nos también a nosotros.

_____ le agarró la mano con fuerza. Tom no sabía qué hacer. En las películas, siempre al­guien hervía agua. Mojó unos pañuelos de papel en el lavabo y se los pasó por la cara.

—¿Le han preparado en las clases para lo que va a suceder? —le preguntó.

—Más o menos —contestó _____ con los ojos cerrados respirando de forma pausada—. Si me hubiera visto, diciendo que iba a tener un parto natural, sin epidural ni nada.

—Al menos, sigue teniendo sentido del hu­mor. Eso es bueno.

—No pare de hablarme —le pidió _____ tras otra contracción—. Aunque parezca que no le oigo, por favor.

—No soy muy hablador.

—Ah.

—Bueno, es que en casa éramos muchos y no era fácil hacerse oír.

—Yo tengo una hermana mayor y tampoco en casa era fácil hacerse oír. ¿Cuántos hermanos tiene?

Tom le describió a sus dos hermanos, a su hermana, a su hermano y a sus cinco primos. Sé dijo que no se había enterado ni de la mitad, pero no importa­ba. Se sentó en una silla junto al sofá. Su despa­cho era interior, así que no había ventanas, solo luz artificial.

Le habló de su infancia, cuando todo era más fácil, de sus aventuras con, Jesse, Sky y Willow. _____ respiraba tranquila.

—Nos subimos por una escalera de mano a lo alto del establo. Allí había una ventana y se po­día salir al tejado. Todos sabíamos que lo tenía­mos prohibido. Eso era parte del encanto de ha­cerlo. La otra mitad era la vista que había desde allí. Nos quedamos sentados, disfrutando de nuestra aventura. Oímos a la abuela, que nos llamaba a comer y fuimos bajando. Como yo era el mayor, bajé el último. Olía a sopa casera y pan recién hecho.

—¿Qué sopa era? :

Le estaba escuchando.

—De carne y verduras. Mi madre le estaba dando vueltas en el fuego cuando llegamos. Mi abuela, que se había encargado de mis primos tras la muerte de sus padres, los miró de uno en uno.

«Willow, ¿quieres tus azotes ahora o después de comer», —le preguntó echándose atrás el pelo gris.

—Nos quedamos todos helados. ¿Cómo lo sabía? Mi abuela, que era una mujer muy sabía, se giró hacia mi madre y le preguntó si también nos iba a dar azotes a nosotros.

—Como para que se le quiten a uno las ganas de comer, ¿eh? —comentó _____. Tom negó con la cabeza.

—Mi madre dijo que prefería esperar a que volviera mi padre. Ninguno comimos mucho.

—¿Les pegó su padre al llegar?

—Mi madre no se lo contó, yo creo que nunca. Nuestro castigo fueron las seis horas de espera.

_____ se quedó en silencio y aguantó otra contracción de casi dos minutos. Tenía la cara empapada en sudor.

—¿Cree que sirve de algo dar azotes a los ni­ños? —le preguntó cuando pudo hablar.

     —Normalmente, no.

— ¿Pero? — susurró ella.

—Pero, si se suben a un tejado herrumbroso que está a una altura considerable del suelo, des­de la que si se caen se matan, entonces, sí, creo que puede ser un buen castigo. No estoy hablan­do de pegarles en la cara ni de darles una paliza, solo de unos azotes en el trasero. Mi madre no nos pegó, pero nos amenazó con hacerlo y fue efectivo.

_____ se quedó pensativa. La madre de Tom parecía una mujer inteligente. Aquello de «ya verás cuando llegue tu padre a casa» debía de haber funcionado porque tampoco lo debía de haber utilizado demasiado. Su hijo no iba a tener padre. Todo iba a ser para ella. Prefería no pen­sarlo en aquellos momentos.

—Siga. Cuénteme más cosas de su familia.

 Tom Kaulitz, que nunca había sido un gran ha­blador, le contó que habían vivido en muchos si­tios porque su padre era militar. Le contó que su bisabuelo, George Trumper, estaba protegido por el espíritu de un coyote. Mientras, _____ res­piraba, jadeaba, gemía y le apretaba las manos con tal fuerza que en un par de ocasiones Tom creyó que le iba a romper algo. _____ no gritó ni una sola vez, no se iba a poner él a hacerlo.

Pronto, las contracciones fueron seguidas y el cuerpo de _____ actuó como guiado por un cono­cimiento natural.


Chicas... como no les puedo subir todos los dias... aproveche de hacerles algo largo... espero les guste el primer capi ^^ ... asi van conociendo mejor a Tom...
Me dicen si les gusta o no...
Las quiero
Bye =)

6 comentarios:

  1. Claro q me gusta la fic!! Esta hermosaa.. Awww ya va a nacer!! Pobre Tom que situacion complicadaa..

    Sube ni bin puedas :D .. Me encantaa muchoo y eso q es el primer capitulo no mas hahahah..
    Cuidate bye

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  2. pobre ___, ah de ser muy dificil para ella!! jajaja Tom! ya me lo imagino como juez! un juez sexi ^^ jajaja siguela! esta genial adios :)

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  3. ._. Joder! va a tener a su bebe *O* junto con Tom Dx que lindo que le ayude (:

    Espero que salga bien todo >< sube pronto, cuídate, Chao.

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  4. ¡Hola! Me leí el capítulo y me gustó mucho :3

    Yo también subo un fic de Tokio Hotel, por si te interesa pasar y echarle un vistazo^^

    Un beso, te sigo!

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  5. uuuu que tierno tom e leido tu fic esta rebuena siguela porfis :-D

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  6. wuuu otra genial fic... ^_^... Tom la atenderá en el parto??? O.O locura!!! *0* :3 ojala puedas subir pronto

    cuídate mucho
    ciao :D

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