miércoles, 12 de junio de 2013

CAPITULO 8


A las seis, ___________ oyó un coche que aparcaba en su casa. Pensó que eran sus padres. Menos mal que ya había terminado de dar de comer a la niña porque era Tom. Le abrió y entró sin espe­rar a que le dijera nada.

Estaba enfadado.

—¿Por qué dices que no te convengo? —le preguntó mientras ___________ le sacaba los aires a su hija en la mecedora.

___________ abrió la boca y la volvió a cerrar. Tom se acercó tanto que ella tuvo que levantar la cara para mirarlo.

—Te lo repetiré. ¿Qué has querido decir con eso de que no te convengo?

Alisha eligió precisamente aquel momento para eructar. Era increíble que alguien tan pe­queño pudiera hacer tanto ruido.

___________ se levantó, dejó a la niña en su cuna, se giró y se encontró de bruces con el juez.


¿QUE estás haciendo aquí Tom? —le pre­guntó en voz baja para que la niña no se despertara.

La tarde había comenzado lloviendo, pero en ese momento el cielo estaba despejado. Viendo a Tom no era difícil ver dónde habían a parar todas las nubes. Llevaba la tormenta en los ojos.

—Ya te lo dicho. Siento curiosidad por lo que has dicho en los juzgados —contestó con voz tranquila y controlada.

—¿Qué quiere que le diga, señor juez?

—Tom.

___________ suspiró.

     —Tom.

—¿Qué hay de malo en mí? —le preguntó perdiendo la paciencia.

___________ se dio cuenta por su expresión de que no quería decirlo así, pero estaba empezando a perder el control, algo nada normal en él. Aquel hombre que nunca sonreía ni reía... Bueno, tam­poco lo conocía mucho, así que ella no era nadie para juzgarlo.

—De lo que te conozco, nada.

—No es eso lo que me has dicho en los juz­gados.

—Cierto.

—Dijiste que no te convengo.

—Cierto también.

Tom la miró intensa y peligrosamente.

___________ se mordió el labio inferior y miró alre­dedor del salón. No quería que aquel hombre se enfadara. Tampoco quería que se quedara. No se podía imaginar una conversación de confesiones con Tom Kaulitz. Al final, ganó la educación y lo invitó a sentarse.

Tom se sentó junto a la ventana y ___________ en el sofá. Se había recogido el pelo. Tom recordó cómo le había quitado las horquillas antes del parto. Conocía perfectamente el tacto y quería volver a experimentarlo. Debía de estar perdien­do la cabeza.

Quería discutir con ella, gritar y patalear, algo que no iba en absoluto con su carácter, pero aquella mujer sabía qué botones apretar para sa­carlo de quicio.

Ojalá apretase su cuerpo contra él.

Estaba peor de lo que creía. ¡Pero si acababa de dar a luz y de decirle que no le convenía!

Sin embargo, el beso hablaba de otras cosas. Por eso estaba allí.

Le ayudaría poderse olvidar de aquel beso o de sus movimientos, de sus pechos, que se movían arriba y abajo cuando respiraba, y de su pelo. Le ayudaría mucho si pudiera mirar hacia otro sitio.

Con el rabillo del ojo, vio a un adolescente junto a la casa y se levantó inmediatamente.

—¿Dónde vas? —le preguntó ___________.

—No salgas de casa y cierra la puerta cuando yo haya salido.

Tom se movió sobre el césped mojado de forma sigilosa, como le había enseñado su bisa­buelo cuando era pequeño. Sin previo aviso, se abalanzó sobre el delincuente.

El chico se revolvió, pero Tom tenía más fuerza que él.

—¿Qué demonios hace, señoría? ¡Suélteme!

¿Sabía que era juez? La cosa es que aquella cara le era familiar. ¿Dónde había visto a aquel chico antes? Probablemente, en los juzgados.

—¿Qué te crees que haces? —lo increpó.

—¿Qué estás haciendo tu? —dijo ___________ a sus espaldas.

Tom se quedó estupefacto.

—Suéltalo.

A Tom no le gustó el tono de voz con el que se estaba dirigiendo a él. Lo hacía parecer el de­lincuente.

—Este chico se ha metido en tu jardín para robar algo, seguro.

—De eso, nada —contestó el chico con los ojos como platos —. Lo juro.

—Ya lo sé, Brian, no pasa nada —dijo ___________.

 Tom empezó a sospechar que allí había gato encerrado. ¿Brian? ¿ ___________ lo conocía? De repen­te, lo vio todo claro. Era el chico cuyo caso ha­bía desestimado aquella mañana.

—Lo siento, Brian —dijo ___________—. No me he dado cuenta de que lo iba a hacer el juez hasta que ha sido demasiado tarde. He salido corrien­do detrás de él todo lo rápido que he podido.

—Acaba de tener un hijo. No debería hacer movimientos tan bruscos —apuntó el chico—. Además, ¿qué está haciendo aquí? —añadió re­firiéndose a Tom.

___________ deseó poder contestar aquella pregunta.

—Suéltalo, Tom. No está haciendo nada. Brian se está encargando del jardín.

—¿Trabaja para ti?

—Sí —contestó ___________ con una sonrisa. Tom soltó al joven y Brian se puso bien la camiseta y la gorra.

—¿Quiere que haga algo más hoy, señorita Madison?

—No, ¿puedes volver mañana? —contestó ella mirando la leña cortada y apilada. El chico asintió y se alejó con paso triste.

—Brian.

El adolescente se paró al oír la voz de Tom. Estaba claro que no le caía bien el juez. ___________ se preguntó que iría a hacer Tom.

—Te debo una disculpa —dijo yendo hacia él.

Brian no fue el único que se quedó con la boca abierta.

—Me he equivocado y lo siento —dijo alar­gando la mano. Tras unos segundos intermina­bles, Brian se la estrechó y se alejó mucho más contento.

___________ se dio cuenta de que se le había pasado el enfado por completo y aquello era peligroso porque enfadada podía tener a Tom a raya. Aquel hombre era justo en su trabajo y fuera de él. No se le caían los anillos por pedir perdón, algo no muy común entre los hombres que conocía.

Era fuerte y duro por fuera, pero bueno y amable por dentro. Aquello la intrigaba.

La brisa le soltó un rizo y Tom se lo puso de­trás de la oreja de nuevo. Nunca nadie le había tocado el pelo como él. Era la segunda vez y le gustó tanto como la primera.

Debía entrar en casa porque estaba empezan­do a tener frío. Levantó la cara hacia el cielo y aspiró. ¿Qué le estaba ocurriendo? Los últimos diez minutos no le habían dado motivos para sentirse tan feliz y femenina como se sentía. De­bían de ser las hormonas. ¿Qué otra explicación había para aquella atracción que no quería ni ne­cesitaba? Cuanto más conocía a Tom, más lo de­seaba y desearlo era peligroso, sobre todo en aquellos momentos de su vida, sobre todo por­que era juez del condado de California.

—Es su manera de pagarte, ¿verdad?

___________ parpadeó, giró la cabeza y volvió a la realidad. ¿Quién? ¿Pagar qué? ¿De qué estaba hablando Tom? ¡Ah, sí! De Brian.

Dio un paso atrás y Tom dejó de tocarle el pelo.

—¿Cómo es posible que, justo cuando empe­zabas a caerme bien, vas y la fastidias?

—Así que te caigo bien.

___________ hizo un gesto despectivo con la mano.

—Estábamos hablando de Brian.

—Sí. Va a estar meses, incluso años, para pa­garte los honorarios.

—Su madre lo va a ayudar —contestó ___________ preguntándose por qué tenía que darle explica­ciones.

—¿Cómo?

A ___________ no le gustó nada la mirada de Tom. No tenía derecho a cuestionar sus decisiones, pero le contestó.

—Clara Jones va a venir a cuidar a Alisha de vez en cuando.

—¿Te parece una buena idea?

  —Si no lo hubiera creído, no se lo habría pe­dido —contestó entornando los ojos.

—¿Qué sabes de ella?

___________ se dio la vuelta y se dirigió a toda velo­cidad a la puerta. De repente, se volvió a parar y se giró. Tom estaba a pocos centímetros de ella.  Le iba a tener que poner un cascabel.

—Clara es una mujer fuerte que, a sus treinta y cinco años, tiene un hijo de dieciocho al que ha tenido que criar sola. Ha trabajado siempre como una burra y ha conseguido ahorrar para empezar la universidad los dos el año que viene. Brian es un buen chico. ¿Te imaginas qué habría pasado si hubiera terminado en la cárcel por cul­pa del padre de su novia? —le explicó estreme­ciéndose—. Ahora, Clara cree que soy Dios. Ella no puede pagarme y yo necesito a alguien que me cuide a la niña, alguien prudente y de confianza. Sí, he dicho de confianza. ¿Alguna otra pregunta, señoría?

Tom apretó las mandíbulas.

—Creía que iban a ser tus padres quienes cui­daran de Alisha.

—Se van mañana. A eso me refería antes. Si estuviera buscando a un hombre, que no es así, buscaría a alguien que no creyera siempre que la gente es mala.

—¿Me estás diciendo que yo lo hago? No quería hacerle daño, pero se lo tenía que decir.

  —Sí, Tom. Lo siento, pero me temo que sí.

—Ahora, eres tú la que se equivoca.

—De eso, nada.

—Sí, te estás equivocando.

___________ se puso las manos en las caderas y negó con la cabeza.

—¿Por qué estoy equivocada? ¡A ver!

Tom se acercó todavía más.

—No creo que la gente sea mala.

___________ lo miró a los ojos. Lo había dicho en voz bajá y tono sincero.

—¿En quién crees. Tom? —preguntó sin dar­se cuenta.

—En mucha gente.

—Eso está bien —apuntó ella sabiendo que pocas veces contestaba a las preguntas directa­mente.

—En ti, por ejemplo.

___________ sintió que se derretía.

—¿En mí?

Tom asintió.

—Pero si somos completamente opuestos.

—Bueno, dicen que los extremos se atraen.

___________ sintió que le daba vueltas la cabeza. Sa­bía perfectamente que era cierto. Su ex marido y ella eran completamente opuestos y así les había ido. La cosa era que Tom también era opuesto a Frankie, lo que no quería decir que le convinie­ra.

—No es solo atracción —dijo por fin.

   —Estoy de acuerdo —apuntó Tom. ¿Ah, sí? Tuvo la osadía de sonreír ante su sorpresa.

—Hace falta tener intereses y creencias simi­lares.

—Me gustaría explorar esos aspectos —contestó Tom mirándola fijamente a los ojos.

—No creo que fuera buena idea, Tom.

—¿Por qué?

—Porque somos opuestos.

—Eso ya lo hemos dicho. Yo soy hombre y tú, mujer. No podemos ser más opuestos.

—Sí, pero mira lo que te voy a decir. Tú eres serio.

—¿Y?

—Eres serio y yo soy espontánea.

—Me gusta la espontaneidad.

—Claro y tienes los ojos azules, ¿verdad? Deseó no haber mencionado sus ojos porque en ese momento, el marrón chocolate la estaba envolviendo por completo, asfixiándola.

—¿No me crees? —preguntó él.

—¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo espontáneo?

Tom no podía dejar de mirarle la boca.

—Me refiero a algo que no tenga que ver con esta loca atracción que se ha apoderado de noso­tros.

Tom se dio cuenta de que se estaba poniendo rojo de pies a cabeza porque lo último espontáneo que había hecho había sido besarla. Loca atracción, sí, pero no solo sexual. Allí había algo más.

Se había presentado tres veces en su casa sin avisar. Aquello había sido espontáneo. No lo dijo porque también tenía que ver con la atrac­ción que sentía por ella.

No se le ocurría nada. Normalmente, no se podía permitir el lujo de ser espontáneo. Era juez.

___________ lo miraba insistentemente como si le estuviera leyendo el pensamiento.

—¿A quién se le ocurrió subir al tejado del establo de pequeños?

—A mí, ¿porqué?

—Bueno, todavía hay esperanzas —sonrió ___________.

Tom se dio cuenta de que se estaba riendo de él. Se dio cuenta y lo entendió. Lo que no enten­día era por qué no se había enfadado por ello.

___________ dio un paso a un lado y, antes de que a Tom le diera tiempo de reaccionar, se encontró calado de cintura para abajo.

___________ repitió la operación mojándole el pe­cho. Tom sintió algo dentro de sí y, sin pararse a analizar qué era, golpeó también el césped mo­jándola a ella. ___________ dio un salto atrás. Había agua de lluvia mezclada con barro volando por todas partes.

___________ volvió al ataque y Tom se rió a carcajadas. La agarró del brazo y la sacó del charco. Tampoco era cuestión de ponerse a hacer el ca­bra loca. Acababa de dar a luz.

Se quedaron hombro con hombro mirándose la ropa mojada y manchada.
 
—El segundo par de zapatos que me cargo esta semana.
___________ lo miró y, al ver su mirada divertida, sintió una gran emoción.
—Puede que tengas razón —dijo Tom—. Puede que todavía haya esperanzas —sonrió,
—Me alegro de que me des la razón.
—A las mujeres os encanta que os demos la razón.
—¿Tu también eres experto en mujeres?
—¿Estás loca?
Deliberadamente, había hecho caso omiso del también. Hombre listo.
—Tengo que ir a ver qué tal está Alisha — dijo ___________ yendo hacia la puerta.
—___________...
—¿Sí?
—¿Qué dirías que acaba de suceder?
___________ lo miró de arriba abajo. Sí, los zapatos, probablemente, tendría que tirarlos, pero parecía que no le importaba. De hecho, parecía feliz, más contento de lo que lo había visto nunca.
—¿Antes de lo del charco, durante o des­pués?
—Sí.
—No lo sé, pero creo que nos estamos ha­ciendo amigos.
Tom la miró con sorpresa y satisfacción.
—Bueno, me tengo que ir —anunció ella.
—Claro.
—Supongo que nos veremos.
—Por supuesto.
___________ se metió en la casa. Se quitó los zapa­tos mojados y fue a ver a Alisha, que dormía plácidamente.
¿Qué había hecho? Todavía le latía el corazón a toda velocidad. Le había tirado agua, retándolo a ser espontáneo y él había respondido bien.
Aquello le había producido una gran satisfac­ción.  Todavía le costaba respirar. Ahora sí que no había marcha atrás. De una cosa estaba segu­ra. Tom Kaulitz, tanto serio como espontáneo, iba a ser un amigo curioso.
 
Bueno Chicas... paso rapidito a dejar este capi... espero les guste.. y gracias Janni y Virgi.. porque les gusta esta ficc.. la verdad es que no la dejare hasta aquí.. pero si creo que tratare de terminarla antes de lo previsto.. para subir otra ficc... *-*
Las Quiero
Bye =)
 
PD: Virgi... plisss sigue tu ficc.... ya que si o si me dare tiempo de comentar *-*
 

3 comentarios:

  1. Q emocion!!
    Al menos son amigos *.*
    ya tengo curiosidad de como sera la otra fic.. Tu siemlre subes las mejores fics :D
    cuidate bye

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  2. estoy de acuerdo con jennifer! tus fics son las mejores!! *w*

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  3. Hey!! Genial!! Jajajaja Tom y TN jugando como niños xD siguela .. Esta genial adios y que estes buen

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